Querido profesor Taylor:
Mi nombre es Ellen Black Nasfari. No sé si me recordará. Fui alumna suya hace ya diez años: "Antropología aplicada del Medio Oriente" se llamaba la asignatura. Ni siquiera esas palabras tan solemnes y vacuas pueden eclipsar lo que aprendí, bajo su sombra, aquellos años.
No sé si, con la cantidad de cosas que deben ocupar sus pensamientos, con tanta labor académica por hacer, con tanta sabiduría que compartir con sus alumnos, recuerda usted esos meses que pasamos juntos, en lo que los periódicos vinieron a llamar 'Expedición Taylor/Schubbert', en Afganistán. Era el año 1915.
Si me no recuerda de aquella afortunada misión científica, quizás si recuerde que ayudé a ingresar en el país a uno de los afganos que nos ayudaron allí con el papeleo y demás aburridas necesidades. Sí, Turib. Uno de los hombres más geniales, inteligentes y sensibles que he conocido en toda mi vida. Por supuesto, nuestras almas, gemelas, se fundieron, finalmente, en matromonio, no hará ni dos años. Hoy... Turib ha muerto. No hace ni tres días que se cerraron finalmente sus ojos. Mi pena es inconsolable. Pero ayer el dolor cedió paso al temor. No sé si recordará Afganistán: esos días terriblemente duros, fotografiando, listando, midiendo y catalogando el basto tapiz de etnias de aquella tierra inhóspita.
Ayer, como decía, tuve casi un ataque de histeria al reconocer a uno de aquellos brutos, un hombre de aspecto terrible, primitivo... rondando mi propia vivienda en Kingsport. Sé que mi marido guardaba secretos. Secretos inconfesables. De su estirpe. Miré por el balcón y se cruzaron nuestras miradas. Noté llamas en el fondo de aquellos ojos. Avisté un peligro indefinible. Estoy muy asustada. Por suerte soy una fotógrafa profesional y me apreste a plasmar esa imagen tan terrible en una de mis planchas de nitrato. Le envío una de esas fotografías. Le rogaría que me dijese si piensa lo mismo que yo: esos ojos, esos cabellos, esos ropajes, esa estructura ósea, esa afilada nariz... ¿no son muestra de que los salvajes de Afganistán me persiguen... no, a mí, no. A mi marido. Incluso muerto no descansa.
Señor profesor, dígame si no son imaginaciones mías, si ese indivíduo que aparece en las planchas que le envío en ésta es o no es un miembro de aquella tribu de las que rescaté a mí Turib. Necesito su sabiduría; ya no sé si mi imaginación, atribulada por la pena y la melanciolía, me hace ver cosas que no son.
Espero su respuesta, suya afectísima,
Ellen Black Nasfari
Mi nombre es Ellen Black Nasfari. No sé si me recordará. Fui alumna suya hace ya diez años: "Antropología aplicada del Medio Oriente" se llamaba la asignatura. Ni siquiera esas palabras tan solemnes y vacuas pueden eclipsar lo que aprendí, bajo su sombra, aquellos años.
No sé si, con la cantidad de cosas que deben ocupar sus pensamientos, con tanta labor académica por hacer, con tanta sabiduría que compartir con sus alumnos, recuerda usted esos meses que pasamos juntos, en lo que los periódicos vinieron a llamar 'Expedición Taylor/Schubbert', en Afganistán. Era el año 1915.
Si me no recuerda de aquella afortunada misión científica, quizás si recuerde que ayudé a ingresar en el país a uno de los afganos que nos ayudaron allí con el papeleo y demás aburridas necesidades. Sí, Turib. Uno de los hombres más geniales, inteligentes y sensibles que he conocido en toda mi vida. Por supuesto, nuestras almas, gemelas, se fundieron, finalmente, en matromonio, no hará ni dos años. Hoy... Turib ha muerto. No hace ni tres días que se cerraron finalmente sus ojos. Mi pena es inconsolable. Pero ayer el dolor cedió paso al temor. No sé si recordará Afganistán: esos días terriblemente duros, fotografiando, listando, midiendo y catalogando el basto tapiz de etnias de aquella tierra inhóspita.
Ayer, como decía, tuve casi un ataque de histeria al reconocer a uno de aquellos brutos, un hombre de aspecto terrible, primitivo... rondando mi propia vivienda en Kingsport. Sé que mi marido guardaba secretos. Secretos inconfesables. De su estirpe. Miré por el balcón y se cruzaron nuestras miradas. Noté llamas en el fondo de aquellos ojos. Avisté un peligro indefinible. Estoy muy asustada. Por suerte soy una fotógrafa profesional y me apreste a plasmar esa imagen tan terrible en una de mis planchas de nitrato. Le envío una de esas fotografías. Le rogaría que me dijese si piensa lo mismo que yo: esos ojos, esos cabellos, esos ropajes, esa estructura ósea, esa afilada nariz... ¿no son muestra de que los salvajes de Afganistán me persiguen... no, a mí, no. A mi marido. Incluso muerto no descansa.
Señor profesor, dígame si no son imaginaciones mías, si ese indivíduo que aparece en las planchas que le envío en ésta es o no es un miembro de aquella tribu de las que rescaté a mí Turib. Necesito su sabiduría; ya no sé si mi imaginación, atribulada por la pena y la melanciolía, me hace ver cosas que no son.
Espero su respuesta, suya afectísima,
Ellen Black Nasfari